Hace solo unos días me enteré de que seré abuela de una tercera nietecita. Las suegras que ya son abuelas tal vez puedan coincidir conmigo que cada nieto es una emoción inigualable. Para mi primera nieta pensé si era posible amar más (porque un sentimiento de amor y ternura me cubrieron totalmente). Y hoy les confirmo que, no sé cómo ocurre, pero el corazón de las abuelas es uno que se expande y cubre a cada uno de sus nietos con la misma devoción y amor. Por lo tanto, Sí, ¡es posible amar más!
Esto me llevó a pensar en un amor mucho mayor y perfecto: el Amor de nuestro Dios. Es un amor fuera de la comprensión humana. Las Escrituras nos revelan que Dios nos amó primero a nosotras aun siendo pecadoras. No teníamos nada impresionante en nuestra vida solo el pecado que nos alejaba de Él. Pero nuestro Dios nos amó de tal manera, que nos acercó a Él, envió a su Amado Unigénito para llevar nuestros pecados, nos limpió y perdonó, y nos ha dejado Su Palabra para mostrarnos como debe ser nuestro caminar como hijas del Altísimo. “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios así nos amó, también nosotros debemos amarnos unos a otros". 1 Juan 4:10-11
En mi Libro “Suegras para la Gloria de Dios”, comparto cómo vivir nuestro rol de suegra inspiradas en el ejemplo del amor de nuestro Señor y Salvador poniendo en práctica lo que es amar de forma incondicional con completa entrega y servicio. Como suegras debemos colocar correctamente nuestro corazón y de manera humilde servir. A continuación, un extracto del Capítulo cinco: Para Enseñar Necesitamos Aprender:
“Aprender” que en el hogar de nuestros hijos somos solo invitadas especiales con la gran encomienda de apoyarlos, amarlos y servirles. Esto es lo que necesitamos aprender para ponerlo en práctica constantemente en nuestra vida. Solo así estaremos preparadas para “Enseñar” el ejemplo de humildad y amor de Jesucristo. Un amor tan desprendido que, al momento de enfrentar el sufrimiento de su muerte, utilizó sus últimas fuerzas para clamar al Padre por el perdón de todos los que lo sentenciamos a perecer en esa cruz.
“Cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera»,
crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la
derecha y otro a la izquierda. Y Jesús decía: Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:33-34ª)
No existe amor más grande e incomprensible. Una hermosa lección de perdón que debemos recordar cada vez que nos neguemos a extender perdón al prójimo. Solo mostrando vidas humildes y sacrificadas contribuiremos a impactar los corazones de nuestros nuevos(as) “hijos/hijas”. Aprendiendo y meditando en las verdades de las Escrituras podremos alcanzar el privilegio de ser mujeres cristianas transformadas, ya que seremos capacitadas a reflejar el carácter de Jesucristo”. (Suegras para la Gloria de Dios, páginas 117-118).
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