El primer día del año no me sorprendió escuchar en las Noticias reportajes enfocados en las diferentes resoluciones para el Año nuevo. Escuché sobre resoluciones de perder peso, ejercitarse más, realizar el viaje soñado, ahorrar más, cambiar algún hábito, etc. Una gama de resoluciones enfocadas en renovar el exterior. Y esto trajo a mi corazón la siguiente pregunta: ¿Cuál debería ser la resolución, no solo del inicio de año, sino para toda la vida de una mujer creyente?
“La oración es una de las disciplinas espirituales más hermosas, y a la misma vez más difíciles de cultivar en nuestra vida” (Suegras para la Gloria de Dios, página 30). Por eso debemos ser intencionales en desarrollar una vida de oración ya que acercarnos para conocer mejor a Nuestro Señor y Salvador debería ser la resolución primaria en la vida de toda mujer de fe.
El efecto de “acercarnos” y “conocer” puede verse de esta forma. Cuando recibimos personas nuevas en nuestra Iglesia, buscamos acercarnos a ellos. Muchas veces buscamos invitarlos intencionalmente a cenar a nuestros hogares o simplemente comenzamos a dialogar con ellos cuando finaliza el servicio. De ahí surgen conversaciones donde nos llevan a conocernos mejor. Esta acción definitivamente es el primer paso que nos permite profundizar en sus vidas y conocer sus testimonios. Es desarrollar tal cercanía que, de forma natural, seamos motivadas a amarnos con amor fraternal para servirles teniendo empatía de sus necesidades.
La oración es precisamente el medio de “acercarnos” y “conocer” más sobre los maravillosos Atributos de Nuestro Salvador. Es buscar intencionalmente la unidad con nuestro Salvador para cultivar un corazón agradecido por el regalo inmerecido de su Gracia y que fluya en todo momento el gozo de nuestra Salvación. “Esten siempre gozosos; orad sin cesar, dad gracias a Dios en todo, porque esta es la voluntad de Dios para vosotros en Cristo Jesús” 1Tesalonicenses 5:16-18.
En mi libro Suegras para la Gloria de Dios comparto sobre el efecto de unidad y cercanía que surge mediante la oración, “Al estar unidas a Jesús surge de manera natural ese anhelo de acercarnos a Él para crear una unidad y encontrar en Él nuestro refugio de paz. Es sentir que hemos llegado a los brazos donde pertenecemos. Es experimentar en la oración tal comodidad y agradecimiento, que de nuestro interior brote una fuente de adoración y gratitud” (Suegras para la Gloria de Dios, página 27).
Que nuestra resolución de vida sea anhelar acercarnos y conocer más a nuestro Maravilloso Padre a través de la oración para susurrarle lo agradecida que estamos de Su Amor, “…sino que habéis recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! Romanos 8:15.
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